martes, 9 de abril de 2013

I.- Concepto e historia de la tauromaquia.

Según la Real Academia de la Lengua Española, la tauromaquia es el arte de lidiar toros. Proviene del griego ταρος, taūros 'toro', y μάχομαι, máchomai 'luchar'
La tauromaquia es, por encima de todo, una compilación* de las técnicas, los saberes y las intuiciones que regulan la milenaria lucha entre la inteligencia del hombre y la fiereza de un ser irracional, encarnada en la bravura* del toro ibérico. En la ritual pelea que sostienen el hombre y el astado*, por debajo de la plasticidad y el colorido que disfrazan de fiesta la amenaza latente de la muerte, se conjugan bajo un mismo brindis la celebración y la tragedia, los instintos primarios y el poso cultural, las luces más brillantes (luz del sol, luz del traje..., luz de la vida) y las sombras más opacas (sombra del tendido, sombra del toril..., sombra de la muerte). Y así, en esta conjunción de polos opuestos entre los que zozobra la insignificancia del ser humano, en esta mística suma de opósitos capaz de congregar a una misma hora el placer y el dolor, la alegría y la pena, el arrojo y el miedo, la figura del hombre gana la cúspide de su dimensión mágica y, a la vez, llega hasta el fondo de su profundidad lógica: porque, paradójicamente, merced a este juego de oposiciones y contrastes, por vía del dominio de una irracionalidad voluntariamente perseguida y alcanzada se llega a un conocimiento racional de lo que, de otra forma, quedaría para siempre relegado a la esfera de lo instintivo. La grandeza de la Tauromaquia estriba, pues, en esta asombrosa capacidad suya para transformar un acto salvaje y primitivo (la lucha entre el hombre y la fiera) en Arte (belleza y emoción que nacen del valor o la gracia de un lance audaz o pinturero), en técnica (suertes del toreo), en aprendizaje (escuelas de Tauromaquia), en análisis (crítica taurina), en leyes (reglamento taurino), y, en definitiva, en un hecho cultural y humano, demasiado humano (reflejos literarios, musicales y artísticos; estudios históricos, sociológicos y antropológicos; investigación científica para mejorar la crianza de la cabaña brava; desarrollo espectacular de la medicina y la cirugía taurinas; etc.).

Se debe hablar de unos antecedentes remotos -legendarios e históricos- de unas prácticas tauromáquicas propias de la cultura y la organización social de la Edad Media; de un toreo que se confunde con el protagonismo de la fiesta popular en la España de los Austrias;  y, finalmente, del toreo moderno prefijado en el Siglo de las Luces, desarrollado durante el siglo XIX, y definitivamente reglamentado y consolidado en la época contemporánea.

Para hacer este apresurado recorrido diacrónico a través de la historia de la Tauromaquia, será muy útil tomar como punto de obligada referencia la clasificación propuesta por don José Carlos de Torres, investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), quien organiza sus estudios sobre el léxico taurino a partir de la diferenciación entre tres prácticas taurinas propias -cada una de ellas- de un período histórico concreto: lidiar y correr toros (Edad Media), fiesta de toros (Siglos de Oro) y corrida de toros (siglos XVIII, XIX y XX)

Los toros son una de las tradiciones españolas más conocidas en todo el mundo y al mismo tiempo la más polémica.

Esta fiesta no existiría si no existiese el toro bravo. El origen de esta raza de toros la encontramos en el primitivo urus o bos que no habitó exclusivamente en España, pero sí es en este país donde encontró su preferido asentamiento; conservándose hasta nuestros días. En otras regiones, donde también había habitado en tiempos muy remotos, terminó siendo una especie exterminada, por considerarse una variedad zoológica arcaica.

Ya en la Biblia encontramos referencias al sacrificio de toros bravos en holocausto de la divina justicia, considerándose al toro como símbolo de fortaleza, fiereza y acometividad. Y de este modo encontramos igualmente referencias a los holocaustos religiosos que celebraban los íberos. En ellos sacrificaban a los toros bravos desafiándoles en espectáculos públicos. Otro importante precedente histórico se considera a los ejercicios de la caza del uro en la que se dieron los primeros enfrentamientos, en ellos, más importante que la propia fuerza física, eran la habilidad y destreza. Es quizás en estas tradiciones tan antiguas donde podemos encontrar el origen de las corridas de toros.
Se ha considerado frecuentemente que el origen de la Plaza, Redondel o Coso, como queramos denominarlo, se encuentra en el circo romano. Sin embargo parece aún más cierto que se remonta a épocas mucho más antiguas, ya que los templos celtibéricos, donde se celebraban sacrificios de reses bravas en honor de sus dioses tenían esta forma. Podemos aún visitar los restos de un templo de estas características en la provincia de Soria, cerca de Numancia, donde existen evidencias de la celebración de estos ritos.

No es sin embargo menos cierto que la influencia grecorromana con su afición por el circo, tuvo una gran importancia en el sentido de acentuar el carácter de espectáculo y hacer desaparecer el papel que ocupaba como rito y holocausto religioso. Siendo por ello esta ficción circense otro precedente de nuestras corridas de toros.
La única excepción histórica a la continuidad hispana en la celebración de las corridas de toros y en su afición a la misma la encontramos en la España musulmana, donde se prohibieron tales celebraciones por considerarse abominables. Sin embargo la España medieval mantiene el espectáculo, si bien de otro modo, como un deporte de la nobleza. El señor feudal, a lomos de un caballo y armado con una larga caña, a modo de lanza, mantendría una lucha contra el toro bravo, demostrando en ella su habilidad y dotes de buen caballista. A esta denominada suerte de cañas se considera el precedente más directo de lo que es hoy el rejoneo. Con ello nos resulta hoy una curiosidad histórica que el insigne rejoneador Antonio Cañero, al que se llamó el padre del rejoneo moderno, ya en su apellido portara tal referencia.

Las corridas de toros como hoy las conocemos nacen en el siglo XVIII, cuando la nobleza abandona el toreo a caballo y la plebe comienza a hacerlo a pie, demostrando su valor y destreza. Así se lee en crónicas de la época cómo un deporte elitista se convierte en plebeyo. Al principio no existían tercios, orden ni reglas en las cuadrillas. Es Francisco Romero el primer diestro que pone orden a la fiesta y el creador de la muleta tal y como hoy la conocemos.

España cuenta con un gran número de aficionados a las corridas de toros. Estos consideran la corrida como un bello espectáculo, un arte y una manifestación de cultura ancestral* que ha sobrevivido hasta nuestros días, al igual que el toro bravo. Y muy al contrario de lo que muchos piensan, no encuentran el placer en la tortura o en la pura muerte del toro, sino que lo que realmente aprecian es el valor y destreza del torero. El público se concentra en el torero, al que se le aplauden los más artísticos movimientos en momentos en los que cualquier individuo, frente a un toro, no tendría más deseo que abandonar las formas y "salir corriendo".

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