La mujer siempre ha representado un papel marginal en la tauromaquia; de objeto más que de protagonista. Los cosos taurinos representan un escenario ideal para que una mujer pueda lucir sus encantos que son examinados prolijamente por cientos de miradas descaradas. Es inconcebible ver un tendido sin mujeres, o haciendo el paseo en el ruedo (que no el paseíllo), luciendo trajes típicos en carrozas adornadas , o bien a caballo, o mujeres en palcos tocadas con sus mantillas, o en barreras desplegando los brillantes capotes de paseo que los toreros les lanzan, correspondiendo ellas con flores que les arrojan al triunfar. Otras grandes mujeres, reinas de su arte, intervinieron en el papel de las llamadas “madrinas”, como se cuenta de Pastora Imperio, que ayudó a toreros como Juan Belmonte y Curro Posada. En fin, se ha escrito, cantado y alabado a través de los tiempos el sacrificio de la madre y esposa del torero, de los amores reales o imaginados de estos con famosas mujeres, amores, que la leyenda, la literatura, el cine, las coplas, la prensa y la televisión se encargan de acentuar.
Pero cuando la mujer ha tratado de ser sujeto del toreo, saltando del tendido al ruedo u en otras profesiones relacionadas con el mundo del toro, casi siempre nos han cortado el vuelo o segado la hierba bajo nuestros pies. Como aficionada, la mujer contribuye a mantener la fiesta, y en muchos casos a que la tradición siga en su entorno familiar y social. Y aunque su papel no ha sido de gran importancia en la historia y desarrollo de este arte si han existido importantes precursoras que han facilitado la posibilidad de que hoy la mujer compita con el hombre casi en igualdad de condiciones.
Desde algunos sectores sociales se critica el “machismo” tradicional del mundo taurino y se ensalzan los méritos de las pocas mujeres que, hasta el presente, participan o han participado en el mundo del toro, también es indudable que, si bien esta sociedad está preparada para la aceptación e integración total de la mujer; en la antigua tradición de la tauromaquia, aún queda camino que recorrer.
No tengo ninguna intención de hacer campaña sobre los derechos de la mujer o plantear viejas reivindicaciones, pero si intuyo que el toro no entiende de sexo, nacionalidad o religión. Las pocas mujeres que han tenido una presencia significativa en el mundo del toro tuvieron y tienen un gran mérito e incluso aunque no todas alcanzaron el estatus de “figura” si han jugado un papel más que digno y han dejado su impronta en el largo camino que todavía queda por recorrer.
La mujer no ha tenido nunca fácil su participación de forma activa en los espectáculos taurinos. Ser torera, novillera, picadora o rejoneadora ha sido, históricamente, tarea compleja, y no sólo por la ley, sino también por unas tradiciones que tenían –y, en algunos casos, siguen teniendo- más fuerza que los propios decretos gubernamentales.
Baste un ejemplo, los Encierros de Pamplona, no han constituido una excepción, sino más bien paradigma de un machismo excluyente que sólo a las puertas del siglo XXI pudo ser desterrado. Hasta hace muy pocos años el encierro era un escenario vetado para las mujeres. El espacio de las mujeres estaba en los balcones, detrás del vallado o en casa, esperando a sus hermanos, maridos o novios. La tradición dictaba que sólo los hombres corrían, pues así había sido desde antiguo; la ley, también lo determinaba, pues ya en 1876, cuando por fin se dio oficialidad al acto, se prohibía expresamente la presencia en el recorrido de “ancianos, niños y mujeres”.
En 1974 las aspirantes a torero consiguieron su propósito, y quedó derogado el artículo que impedía la participación de mujeres en espectáculos taurinos. La supresión de la prohibición, sin embargo, no afectó al encierro, pues la autoridad municipal siguió impidiendo la presencia de mujeres en el recorrido, aunque muchas ya intentaban colarse, casi siempre más como reivindicación de igualdad de derechos que por verdadero interés por correr. A lo largo de los años 80 la cosa fue cambiando, si bien todavía a mediados de la década se impedía a algunas mujeres participar.
El proceso, en cualquier caso, era imparable, y, finalmente, se terminó por aceptar su presencia, hasta el punto de que hoy ya no es infrecuente ver corredoras abriéndose paso junto a una multitud de hombres en busca del hueco soñado delante de las astas. Tampoco han estado exentas de graves cornadas: una vez más, los toros no hacen distinciones por razón de sexo. Desde luego no es previsible que el número de corredoras se dispare en progresión geométrica en los próximos años, pero, al menos, la mujer ha dejado de ser una extraña en el recorrido.
Lo que sí parece bastante claro es que en los toros, como en la Iglesia, se hallan algunos de los últimos reductos reservados al hombre y a los cuales a la mujer le cuesta acceder. Aunque las mujeres pueblen los tendidos casi en condiciones de igualdad (mantillas y peinetas van cayendo en desuso), o aunque puedan presidir la corrida e incluso la comisión de peñas, correr el encierro, como el sacerdocio, sigue siendo cosa de hombres, y torear todavía mucho más.
Aunque no legalmente, la profesión de matador de toros sigue en la práctica, poco más o menos vedada, a las mujeres. Ahí está el caso de Cristina Sánchez, retirada de los ruedos ante sus dificultades para ser contratada en muchas plazas. Parece ser que las figuras del toreo se negaban a compartir carteles con una mujer.
Lamentando la suerte de ella, no me cuesta trabajo comprender la actitud de dichas figuras del toreo. En el mundo del cine hay un consejo clásico para los actores: no trabajar con niños ni animales, pues si tienen un papel destacado en una película monopolizan la atención del público y eclipsan al resto del reparto. El mismo riesgo acecha con una mujer torero; sea el cartel que sea, el público prestará atención preferente a la torera y los otros dos espadas, por importantes que sean, se convierten en teloneros o comparsas.
El mundo de la cría de ganado bravo, no es una excepción, aunque existen bastantes ganaderías que figuran a nombre de una mujer, esta no ejerce un papel decisivo en la gestión de la ganadería o en la crianza y selección de reproductores y ganado, y son sus parientes masculinos los que realizan estas funciones, como en todo, la excepción confirma la regla, ahí están, por ejemplo: Dª Carolina Diez Mahou , Dª Dolores Aguirre Ybarra, Dª Pilar Sánchez Cobaleda, Dª Mª Agustina López Flores (antigüedad 1864), etc.
Un poco de historia: En el siglo XIX, la figura de las “señoritas toreras” estaba rodeada de connotaciones sexuales licenciosas. En ocasiones estas mujeres formaban grupos para desarrollar su profesión, puesto que los hombres, especialmente “las figuras”, evitaban la competencia directa. Los empresarios explotaban económicamente a estos grupos, descartándolas cuando ya no constituían una novedad. La falta de oportunidades para competir en igualdad de condiciones con sus colegas masculinos freno todo posible progreso, puesto que muy a menudo estas toreras no eran tomadas demasiado en serio por el público, aficionados, la prensa y especialmente los profesionales masculinos. No obstante, unas pocas novilleras, toreras y rejoneadoras alcanzaron cierto grado de reconocimiento y éxito.
Pero la historia del toreo femenino es mucho más antigua que los primeros conatos de lucha por la igualdad de sexos. Ya en el último cuarto del siglo XVIII (en plena hegemonía de "Costillares", Pedro Romero y "Pepe-Hillo"), una mujer se atrevió a rivalizar en los cosos con estas tres piedras sillares del toreo moderno. Nacida en Valdemoro (Madrid), Nicolasa Escamilla, "La Pajuelera" (así llamada porque vendía antorchas o pajuelas de azufre), derrochó un valor asombroso por las principales plazas de toros. Una tarde destacó en Zaragoza, donde picó y lidió un toro ante la atenta mirada de Goya, quien la inmortalizó en uno de los aguafuertes que conforman su espléndida Tauromaquia.
En el siglo siguiente, Martina García recogió el relevo de "La Pajuelera", y lo hizo con tal arrojo y afición que, si no mienten las crónicas del XIX, estuvo toreando hasta los 60 años. Nacida en Ciempozuelos (Madrid) en 1814, "La Martina" se había introducido en el mundillo de los toros a través de los espectáculos de toreo cómico que entonces gozaban de gran aceptación, y llegó con el tiempo a cobrar tanto como las figuras cimeras de su época. Dicen que el mismísimo "Curro Cúchares" elogiaba su desmesurada valentía, al tiempo que lamentaba que su desconocimiento del oficio le privara de mayores y más numerosos triunfos. Fue muy comentada su rivalidad con María García, "Gitana Cantarina", a quien derrotó en Madrid en una recordada tarde del 4 de febrero de 1849.
El torero femenino vivió en el siglo XIX un auge que no había experimentado en el XVIII y que no habría de revalidar en el siglo XX. Por desgracia, la mayor parte de las féminas que tomaron los trastos de matar han quedado relegadas a una presencia anecdótica en la historia de la Tauromaquia, ora por la escasísima preparación con que arruinaban su aquilatada afición, ora por el desdén burlón de sus contemporáneos, a quienes se les hacía muy difícil tolerar esta invasión de un coto tradicionalmente reservado al hombre y rigurosamente vedado a la mujer. Una buena prueba de la misoginia reinante se advierte en que muchas toreras que merecieron alguna consideración por parte de los aficionados decimonónicos han pasado a la memoria escrita de la Fiesta, más que por su arte o su valor, por la fama que dejó su belleza; tal es el caso de Jenara Gómez, Juana Castro o Francisca Gisbert.
Otras, víctimas también de la supremacía del varón en el toreo, eligieron sobrenombres que cambiaban el género de los de sus colegas más célebres (así, verbigracia, Juana Calderón, "La Frascuela", y Juana Bermejo, "La Guerrita"), asumiendo con este intento de emulación una posición de inferioridad respecto al modelo elegido.
De forma sucinta, para que al menos quede constancia de su empeño y del relieve que alcanzó el toreo femenino en el siglo XIX, hay que citar también a Manuela Capilla, Antonia Macho, Josefa Ortega, Francisca Coloma, Benita Fernández y la bruselense Eugenia Bartés, "La Belgicana". Hubo también gran cantidad de picadoras, entre las que sobresalió la valenciana Mariana Curo, y no menos banderilleras, como Ángela Magdalena y María Aguirre, "Charrita Mejicana". A finales del siglo XIX destacaron también Dolores Sánchez, "La Fragosa", la primera en torear con taleguilla en lugar de falda, torera cuyo valor rayaba en la temeridad, lo que le causó un sinfín de cogidas; Carmen Lucena, "La Garbancera", que mantuvo una dura competencia con la anterior, y no sólo en los ruedos, pues se vanagloriaba de torear con chaquetilla torera y falda corta; Petra Kobloski, pionera de las cuadrillas femeninas, que se presentó con una de ellas en Tarragona el 5 de octubre de 1884, con tan mala fortuna y escasa preparación que provocó un altercado de orden público, el subsiguiente desalojo de la Plaza por parte de la Guardia Civil y los soldados del regimiento de Almansa, y la conducción del empresario y las novilleras a la cárcel; y las catalanas Ángela Pagés, "Angelita", y Dolores Pretel, "Lolita. "Angelita", a fuerza de inteligencia y coraje, ascendió por méritos propios desde lo más humilde del escalafón: primero fue banderillera, después sobresaliente y, finalmente, espada. Por su parte "Lolita", que también destacó con los rehiletes, practicaba un toreo de corte clásico y refinado, elegancia que no le impedía tirarse a matar con tantos arrestos como los que tuvieran sus más esforzados colegas masculinos. Mujer culta y sensible, amante de la lectura y feliz intérprete al piano, Dolores Pretel, "Lolita", fue el precedente decimonónico de esa gran dama del toreo a caballo que, en el siglo XX, ha sido Conchita Cintrón.
Juan de la Cierva, ministro de Antonio Maura, prohibió por Real Orden del 2 de julio de 1908, el toreo a pie de las mujeres. Aquella decisión estaba fundamentada, según el ministro de la Gobernación, en protestas públicas y en el hecho de que el espectáculo era "impropio" y "opuesto a la cultura y a todo sentimiento delicado".
El siglo XX, hasta que el ministro Juan de la Cierva dictó la referida prohibición, vio el triunfo de "Las Noyas" catalanas, una cuadrilla de señoritas toreras que, con gran éxito, se habían presentado en Barcelona en 1895. Pero el caso más célebre de mujer torera, por lo rocambolesco de su historia, lo protagonizó María Salomé Rodríguez Tripiana, "La Reverte". Valiente y dominadora, hábil con las banderillas y muy eficaz con el estoque, a partir de 1908 aseguró que era un hombre y siguió toreando después de la promulgación de la Real Orden. Por desgracia para él (o ella), Agustín Rodríguez -el nuevo nombre oficial de quien antaño se anunciaba como "La Reverte"- no cosechó los mismos éxitos que su "otro yo" femenino. No obstante, este caso de travestismo fue muy escandaloso en su tiempo, pues gozaba de una enorme atención que rebasó la pura dimensión taurina de la figura de "La Reverte"; tal vez por ello, nunca se llegó a conocer con certeza (públicamente, claro está) cuál era su sexo, pues hay cronistas que aseguran que, ya retirado, Agustín volvió a convertirse en María Salomé, y volvió a aseverar que realmente era una mujer que se había servido de esta fingida ambigüedad para burlar la prohibición y seguir toreando.
Un episodio singular dentro de la historia del toreo femenino del siglo XX lo protagonizó la gran torera Juanita Cruz. La carrera de Juanita Cruz estuvo salpicada de dificultades. El artículo 124 del Reglamento Taurino de 1930, mantenía la prohibición. No obstante, hizo su presentación en León el 24 de junio de 1932, sin que el citado artículo hubiera sido abolido. El ministro de la Gobernación lo recordó a los gobernadores y Juanita se quedó en el paro. Pero en 1933 se le dio de nuevo la venia.
En su primera actuación, el domingo de Carnaval, en Cabra, tuvo como sobresaliente a Manuel Rodríguez Manolete. Juanita cortó las orejas y el rabo a sus dos novillos lo que le valió la repetición. Actuó con figuras importantes del toreo español y americano, como Carlos Arruza, Alfonso Ramírez Calesero y Carnicerito de México, éste y Fermín Espinosa Armillita la avalaron para que en México se le concediera permiso para torear.
Juanita toreó 33 novilladas en 1933, pero para la siguiente temporada, su apoderado en lugar de seguir actuando con permisos especiales emprendió la lucha por la abolición definitiva de la prohibición basándose en el Artículo 2 de la Constitución: "Todos los españoles son iguales ante la Ley", el 25 "No podrán ser fundamento de privilegio jurídico: la naturaleza, la filiación, el sexo, la clase social, la riqueza, las ideas políticas ni las creencias religiosas. El Estado no reconoce distinciones y títulos nobiliarios", y el 33 "Toda persona es libre de elegir profesión. Se reconoce la libertad de industria y comercio, salvo las limitaciones que, por motivos económicos y sociales de interés general impongan las leyes".
La batalla que ganó Juanita tuvo consecuencias efímeras. Ella padeció incluso cierta censura de prensa ya que su caso fue silenciado durante años. Antes de que tal sucediera contó con los parabienes de los críticos más exigentes de todas las grandes capitales españolas. Marcial Lalanda, el día que la vio torear en Madrid, dijo: "Juanita Cruz ha sido el único torero en la plaza".
Juanita Cruz no llevó nunca taleguilla, usaba vestidos de torear con falda, con bellos bordados.
Nunca podremos saber hasta dónde pudo haber llegado como matadora de no haber existido la prohibición.
Juanita Cruz debutó en Las Ventas el 2 de abril de 1936, después de haber toreado más de cincuenta festejos en otras plazas.
En Madrid hizo el paseíllo con Niño de la Estrella, Miguel Cirujeda y Félix Almagro. Se enfrentó a toros de la viuda de García Aleas y cortó una oreja.
Cuando llevaba 18 novilladas con picadores estalló la guerra civil. Actuó en varios festivales benéficos en favor de la República y se marchó a Venezuela. Toreó en los países taurinos de América y tomó la alternativa en Fresnedillo (México) el 17 de marzo de 1940. Se la concedió Heriberto García. Cortó dos orejas.
Cuando acabó la Guerra Civil el Reglamento Taurino, que había sido modificado por el ministro de la Gobernación, Salazar Alonso, fue de nuevo reformado. Los taurinos impusieron otra vez la prohibición a las mujeres.
Forzada por los acontecimientos, se quedó a torear en América en donde no le faltaron contratos ni cornadas.
Juanita se retiró en 1946 sin poder actuar de nuevo en España. Lo hizo tras participar en casi setecientos festejos. En América hizo el paseíllo en 460 ocasiones. Se despidió en La Paz (Bolivia) y en 1946 regresó a Europa. En Francia estuvo un año y allí toreó sus últimas corridas. En 1947 regresó a España. Murió en Madrid el 18 de mayo de 1981, en plena feria de San Isidro, a las cinco de la tarde y a causa de una vieja lesión de corazón.
Otra mujer excepcional fue Conchita Cintrón. Nacida en Antofagasta (Chile) en 1922, adoptó la nacionalidad peruana y toreó a caballo por las principales plazas de Hispanoamérica, hasta que se decidió a cruzar el Atlántico y torear en España. Por ridículo que parezca, la letra de la ley sólo prohibía a las mujeres el toreo a pie, lo que permitió a la valerosa amazona rejonear y triunfar en toda la Península, entre 1945 y 1950. La afición española, aunque privada de aplaudir su toreo a pie, pudo comprender por qué en México habían bautizado a Conchita Cintrón como "La Diosa de Oro". Culta, elegante y refinada, la audacia que mostraba en el ruedo se tornaba mesura y distinción cuando alternaba con los músicos, poetas e intelectuales que constituían su entorno.
No puede rematarse este apresurado repaso por la historia del toreo femenino del siglo XX sin prestar una mínima atención a la valentísima novillera Ángela Hernández, quien atesora entre sus muy esforzados méritos el de haber logrado en 1974 el levantamiento de la obsoleta prohibición que había renovado la franquista sección taurina del Sindicato del Espectáculo.
Aunque en 1974 fue derogado el artículo 49 que contenía esta prohibición, las mujeres siguieron sin lograr abrirse camino en el toreo. Los espectáculos en que intervenían eran considerados de baja categoría, ridículas imitaciones del verdadero toreo viril. El público asistía con ánimo jocoso. Los críticos taurinos eran implacables con las toreras: no se trataba de auténtico arte del toreo.
Pero la igualdad de oportunidades, muy arraigada en la conciencia de la actual sociedad española, terminaría impregnando hasta los ámbitos más patriarcales.
En 1996, en las arenas de Nimes (Francia), la matadora Cristina Sánchez se convirtió en la primera mujer que recibió la alternativa en Europa. El suceso fue ampliamente recogido por los medios de comunicación, pero esta vez no fue por saltarse a la torera una prohibición reglamentaria, sino porque en Nimes, y con Curro Romero de padrino, le prepararon un festejo glorioso.
¿Feminismo taurino? No. Sólo igualdad de oportunidades.
Igualmente, fue la primera torera en confirmar la alternativa en la plaza de Las Ventas. Hasta ahora, de las cinco matadoras de toros que registra la historia, únicamente una, Mari Paz Vega, ha tomado la alternativa en una plaza española.
Juanita Cruz, Bertha Trujillo (Morenita de Quindío), Raquel Martínez y Maribel Atiénzar y Cristina Sánchez se doctoraron en el extranjero.
En las escuelas taurinas existen, sin embargo, bastantes novilleras. El "gusanillo" que recorre el cuerpo de quien se expone a la muerte de manera tan fácil y desafiante no tiene sexo. Jovencitas con muchas ganas y poca idea de lo que les espera entrenan duramente soñando con un mundo al que, probablemente, no llegarán nunca, y no por que no sean igual de buenas o mejor que muchos de sus compañeros.
Como decíamos, sólo dos de las seis matadoras de la historia, Mari Paz Vega y muy recientemente Raquel Sánchez, han tomado la alternativa en España. Así, Mari Paz Vega afirma: "se nota un paso muy importante de ser novillera a matadora. Este último es un círculo más cerrado, en el sentido de que hay una mayor competencia".
Igualmente María Paz Vega y Raquel Sánchez son, actualmente, la únicas mujeres toreras que hay en España.
Mari Paz Tiene 30 años, es malagueña y tomó la alternativa en 1997. Su madrina fue Cristina Sánchez y el testigo, Antonio Ferrera. Debuta en América en el 98 y al año siguiente sale por la puerta grande en Ambato (Colombia). El año pasado lidió 17 corridas y cortó 26 orejas. La tarde del 3 de julio de 2005 confirmó su alternativa en Madrid, 2 toros muy difíciles para cualquiera no le permitieron triunfar pero la cátedra del toreo saludó con una gran ovación su primera faena en Las Ventas, a María Paz no parece haberle afectado ninguna afrenta similar a las que padeció Cristina Sánchez en su carrera profesional. Al menos, de momento.
Quizá por eso piensa que se ha exagerado sobre la visión machista del mundo del toreo. "Está difícil para todo el mundo -afirma-. Creo que por el hecho de ser mujer lo tengo igual de difícil que mis compañeros, ni más, ni menos (...) una cosa está clara: si no vales para el toreo, no vales, seas hombre o mujer".
Por lo que respecta a Raquel Sánchez tomo la Alternativa en Toledo: el 27 de mayo de 2005. Padrino: Eugenio de Mora. Testigo: Manuel Amador. Debut en Las Ventas: la noche del viernes, 10 de agosto de 2001 dentro del IV Encuentro de Novilladas nocturnas de Las Ventas. Resultó cogida. Sufrió una fractura en la clavícula izquierda.
En la actualidad, a pesar de todo, muchos críticos taurinos siguen siendo implacables. Y esta crítica, además se hace extensible a todo el ámbito del mundo del toro: Ganaderas, Periodistas Taurinas, Empresarias.
¿Alguien ha oído hablar en el presente siglo de una mujer banderillera, apoderada o moza de espadas? Cuando se habla de la incorporación de la mujer a la Fiesta, la pregunta inevitable es: ¿Qué piensa Vd. de la mujer torero? Por qué a nadie se le ocurre preguntar sobre las posibilidades de "la mujer ganadera", "la mujer empresaria", "la mujer apoderada", etc. Y las hubo ya en los siglos XVIII y XIX, mujeres ganaderas, banderilleras, picadoras, etc.
¿Se hundirían los pilares de la tauromaquia porque una madre acompañara los primeros pasos de su hijo/a en una novillada, como “moza de espadas”, y/o apoderada? Yo lo intentaría, si mi hijo decidiera ser torero; no solo porque conozco los ritmos y cadencias del callejón de una plaza de toros, sino también, porque ya tendría preparados chascarrillos, chirigotas y cuchufletas para responder a todo aquel “ignorante” que osara vilipendiar, desconsiderar o ultrajar a la satisfecha y copetuda “moza de espadas”. Faltaría más.
Históricamente no ha sido fácil. Las mujeres en los toros (y en otras cosas) siempre lo han tenido difícil. O las llamaban “marimachos” u otras cosas peores.
Algunas opiniones críticas podrían definirse como, si pero. Y en este sentido, a pesar de que se afirma, con cierta elegancia, que ha habido muchas más mujeres toreras de lo que suele creerse, e incluso algunas con éxito, y que no tiene sentido oponerse a ello por principio. Sí en cambio, parece deseable que las que lo intenten estén preparadas para afrontar una profesión tan difícil. El riesgo de la cornada y el de hacer el ridículo en público resultan especialmente dolorosos en el caso de una mujer. Para evitarlo, afirman, hace falta una familiaridad con el ambiente taurino que, a la mujer, tradicionalmente, no le resulta fácil. Y aunque no cabe poner puertas al campo ni negarle a nadie -hombre o mujer- su derecho a intentar una profesión, por arriesgada que sea, esta corriente de opinión advierte, que se observa lamentablemente en el torero femenino un común denominador, una constante: la suerte suprema y el descabello, el muro contra el que se han estrellado la totalidad de mujeres en el ruedo hasta la fecha. Torear es una cosa y matar bien es otra. También en esto, el toro bravo pone a cada uno en su sitio.
Lo que decía, si, pero.
Yo francamente creo, que llegará un día en que las mujeres toreen tan bien o mejor que los hombres. Es cuestión de tiempo, de cambio de mentalidad, para lograr una auténtica igualdad de oportunidades, ya que sin duda a más práctica mejor técnica y conocimiento del toro.
Se trata, sobre todo de “cultura”.
Definida por el DRAE, como: Conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar un juicio crítico.
Y todo esto sin detrimento de esas condiciones esenciales que determinan lo que abstractamente llamamos feminidad: Elegancia, delicadeza, sensibilidad, y otras cuestiones. Curro Romero, sabio y gentil, lo dijo el día que dio la alternativa a Cristina: "El toreo es caricia. ¿Y quién mejor para eso que una mujer?".
Es una profesión difícil para todos, hombres y mujeres y ambos deben estar especialmente preparados para enfrentarse a un toro, una cornada, el ridículo y hasta el fracaso, como en la vida misma. Y además para eso, para esa necesaria preparación técnica y psicológica están las Escuelas de Tauromaquia.
Sobre este punto Cristina Sánchez argumenta: “El toreo es cabeza y plasticidad, porque a fuerza siempre gana el toro. Se piensa que el toreo exige una fuerza brutal, exagerada, que la mujer no tiene. Y es cierto que no la tiene, pero tampoco la necesita. Para torear, lo que se necesita es cabeza delante del toro. Ante un toro bravo, la mayor fuerza física de un hombre no representa una ventaja, ni siquiera a la hora de matar, sólo se necesita disciplina, técnica y autocontrol. Para matar hay que tener decisión y preparación; si no, pinchas en hueso, la carne del toro es blanda”.
Y se podría añadir: tampoco la complexión física y/ó la altura puede ser impedimento para que la mujer se vista de luces. Ahí están a Machaquito, Juan Belmonte, Diego Puerta o César Rincón como toreros "bajitos" y que, sin embargo, marcaron su época.
Muchas han sido las ferias que se han defendido con los festejos de rejones y con corridas en las que uno de los toreros era mujer. Incluso se podría aventurar que son festejos con bajo presupuesto, en cambio y paradójicamente, en un 90% de estos eventos el lleno es hasta la bandera, con lo cual, los beneficios para los empresarios están garantizados.
Como ya hemos apuntado, se dan todo tipo de opiniones, en cuanto se pone sobre la mesa la cuestión de la mujer en el ruedo. Todas respetables y no faltas de razones. Hay quien afirma que cuesta entender, que una mujer capaz de ponerse delante de un toro bravo de casi 600 Kg. no pueda vencer ese machismo que la deja fuera de circulación profesionalmente hablando. Ya que, si puede con el de cuatro patas, ¿por que no ha de poder con el de dos?
El caso más reciente es el de Cristina Sánchez quien, a pesar de hacerlo francamente bien en los ruedos, decidió abandonar la lucha desanimada e impotente ante tal desprecio por su arte. Hija del banderillero Antonio Sánchez, Cristina Sánchez debutó en Torrejón de Ardoz en 1986. Su debut en Las Ventas fue una tarde de julio del 95 y, ese año, cortó más de 60 orejas y salió por la Puerta Grande. A lo largo de su trayectoria Cristina hubo de callar ante desplantes y faltas de respeto por parte de muchos de sus colegas en numerosas ocasiones. Algunos de los profesionales que habían de compartir cartel con ella se negaron a hacerlo en varias ocasiones.
El conservadurismo del público y de los organizadores de los festejos la excluyeron de muchos carteles. Personajes de reconocido prestigio, toreros de talento y algún sector de la crítica contribuyeron a alejar a Cristina Sánchez definitivamente de los ruedos, boicoteando las apariciones de su colega femenina o realizando declaraciones como "las mujeres, a la cocina".
No parece que todo esté perdido. La entrada de la mujer en el callejón de las plazas, ya ha sido una conquista. Y la presencia de la mujer como aficionada y como espectadora es cada vez mayor. Las mujeres debemos reaccionar y participar, por ejemplo, la mayor parte de los hombres acuden a los toros con su esposa o pareja. Pero al terminar la corrida, los comentarios mayoritariamente sólo los hacen los hombres, quedando las mujeres como "acompañantes pasivas", sin opinar o discutir lo que los hombres arguyen. Es necesario que las mujeres "den y defiendan su opinión" sobre lo que acaban de ver y sentir. Que lo discutan y no permanezcan "pasivas" ante lo que oyen. Así se crea cultura taurina.
Intuyo que cuando la mujer ultime la conquista de ese espacio simbólico que es el callejón de la Plaza de Toros, bien como ganadera, apoderada, veterinaria, miembro de la Junta Taurina, de la empresa o administración, periodista, fotógrafa, etc., será cuando se podrá desterrar la idea de que este es un mundo de y para los hombres.
Aunque obviamente se dan singularidades o salvedades. Todavía es excepcional que una mujer ocupe un puesto destacado en cualquier ámbito. Y aunque antes se vislumbraba, ahora sabemos con certeza que es el poder político quien debe impulsar, en primer lugar, un cambio cultural, un paso más, como el que hizo posible que hoy existan mujeres en la presidencia de los festejos taurinos como asesoras o presidentas, veterinarias que participan en los reconocimientos de los toros, empresarias que firman contratos para organizar festejos y ferias taurinas, ganaderas que gestionan y deciden sobre sus ganaderías (no a título nominativo). Es desde el poder como se promociona la fiesta para todos y todas. Y es el poder el que influye decisivamente en la cultura popular facilitando e influyendo en ese conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar un juicio crítico.
No sólo porque, como afirmaba García Lorca: “Los toros son la fiesta más culta que hay hoy en el mundo”, y la cultura con mayúsculas se desarrolla libre de prejuicios y ambivalencias, sino también, porque parafraseando a Ortega y Gasset, quien aseveró que: “La historia del toreo está ligada a la de España, tanto que sin conocer la primera, resultará imposible comprender la segunda”.
Pues bien, la historia de la mujer está íntimamente ligada a la de la humanidad, tanto que sin conocer la primera, resulta absolutamente imposible comprender la segunda. Y siendo esto así, la historia del Toreo y la Historia de la sociedad no pueden permitirse andar caminos dispares u opuestos durante mucho más tiempo.
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