miércoles, 3 de abril de 2013

VII.- Toreros transcendentales.

Durante el siglo XX, el arte de torear pasa en España por momentos especialmente definidos: los años que preceden a la Guerra Civil, la década posterior y lo acontecido en su recta final. Después de más de una década considerada de transición, la aparición y enfrentamiento de las figuras de Joselito el Gallo y de Juan Belmonte fundaron la denominada “edad de Oro del toreo moderno”, que se extiende desde la toma de alternativa de Belmonte, el 16 de octubre de 1913, hasta la muerte de Joselito el 16 de mayo de 1920 en Talavera.
Dos concepciones y dos sentimientos del toreo, dignos y trascendentes por igual, contendían, no por el primer puesto en el escalafón, sino por conquistar la más alta cumbre del toreo. La rivalidad entre ambos no perseguía la eliminación del contrario del planeta de los toros, sino que, antes bien, Joselito demostró su extraordinario conocimiento y sus facultades, mientras Belmonte añadió a su personalidad única un mejor dominio de los secretos de la lidia, aprendidos a su vez de Joselito. De este modo, técnica y arte concurrían en el verdadero nacimiento del toreo moderno. En palabras del crítico José Antonio del Moral: “Hasta advenir Belmonte, torear consistía en esquivar las acometidas del toro sobre las piernas, con más o menos valor, con mayor o menor habilidad y arte. Pero Juan Belmonte impuso la quietud de los pies y la templanza, la despaciosidad en la realización de las suertes, por lo que fue y será considerado como el fundador del toreo moderno”. La muerte de Joselito deja solo a Juan Belmonte, que ya nunca fue el mismo, aunque, después de una breve retirada, se afirma que en su regreso a los ruedos aún toreaba mejor. Se impuso la concepción belmontista y se inició la que ha sido llamada edad de plata, que cubre la década de 1920 a 1930, y que se podría extender hasta la conclusión de la siguiente, marcada por la Guerra Civil. Fue esta una época ensombrecida por el elevado número de toreros que perecieron en las astas de los toros, como Manuel Granero (1922) e Ignacio Sánchez Mejías (1934) entre los más destacados. Los más importantes de entonces fueron Marcial Lalanda, Manolo Bienvenida, Pepín Martín Vázquez y Domingo Ortega.
Al término de la contienda —que, además de otras desgracias más dolorosas, dejó la ganadería de toros bravos en lastimosas condiciones— surgió como figura que gobernaría hasta su muerte el toreo de la posguerra el cordobés Manuel Rodríguez Manolete, un torero que extremaría la revolución belmontista y que impondría, además, la regularidad más estricta en sus faenas y una perfecta eficacia en la suerte suprema, maestría que no pudo impedir, sin embargo, la mortal cogida del matador, el 28 de agosto de 1947, en Linares, al ejecutarla frente a las astas de Islero, el nombre de uno de los toros célebres de la historia de la tauromaquia. La figura pareja de Manolete en estos años fue el sevillano Pepe Luis Vázquez y en grado menor Antonio Bienvenida. La década de 1950 se inicia con la aparición de dos toreros tan opuestos como complementarios: Julio Aparicio y Miguel Báez Litri, y tiene sus dos personalidades más señeras en Luis Miguel Dominguín y Antonio Ordóñez, que ejerce su magisterio durante 20 años.

La década de 1960, polémica por el imperio que ejerce un torero singular y discutidísimo, Manuel Benítez el Cordobés, torero rompedor con la seriedad que hasta ese momento rodeaba el toreo, excéntrico, con estética "Beatles", ayudado por  la aparición de las corridas de toros retransmitidas por televisión consigue paralizar el país cuando se televisaba una de sus corridas, contempla, sin embargo, la aparición de algunas de las figuras más personales y carismáticas del toreo moderno:  Paco Camino, Diego Puerta, Santiago Martín el Viti, Jaime Ostos, Curro Romero, Rafael Ortega, Antonio Chenel Antoñete y Rafael de Paula. La década siguiente, la de 1970, fue una etapa de transición, en la que, sin embargo, aparecieron y brillaron algunos grandes toreros: el malogrado Francisco Rivera Paquirri, José María Manzanares, Dámaso González, Pedro Moya Niño de la Capea y Curro Vázquez.
En los últimos años del siglo XX y los primeros del XXI, además de un renovado impulso a todo lo que rodea a la fiesta del toro, varios toreros han recuperado toda la tradición clásica del toreo: Juan Antonio Ruiz Espartaco, José Miguel Arroyo Joselito, Enrique Ponce, Julio Aparicio, el colombiano César Rincón (el único matador que ha abierto la puerta grande de la plaza de Las Ventas de Madrid en cuatro tardes consecutivas),  Julián López Escobar el Juli, y quizás destacando en la actualidad entre todos ellos por su extraordinario purismo en la interpretación del toreo, José Tomás.

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